De los Momentos MALOS salen cosas BUENAS!

 DE LOS MOMENTOS MALOS SALEN COSAS BUENAS.


Queridos hermanos y hermanas,

alguna vez, conversando con una señora muy adinerada de un pequeño pueblo —de esos de los que ya les he hablado en otras ocasiones—, le hice una pregunta sencilla, pero profunda:

“¿Cuál ha sido la tristeza más grande de su vida?”

Ella me respondió sin titubear:
La tristeza más grande fue el día en que una avalancha destruyó mi casa.”

Entonces le pregunté:
“¿Y cuál ha sido su alegría más grande?”

Y me dijo:
Ese mismo día.”

Me sorprendí:“¿Cómo así? ¿El mismo día vivió la mayor tristeza y la mayor alegría?”

Y ella, con una sonrisa serena, me explicó:

Sí, padre. Nosotros éramos una familia humilde. Ese día la avalancha tumbó nuestra casa, pero mientras recogíamos los escombros, tratando de rescatar algunas cosas, debajo del piso —que era de madera, como suelen ser en los pueblos—, encontramos una guaca: oro enterrado bajo el suelo. Y con eso pudimos levantar una mejor casa y salir adelante.”

¡Qué enseñanza tan grande!
A veces, en medio de la desgracia, se esconde una bendición.
A veces, el día más oscuro es también el amanecer de una nueva esperanza.

¿Por qué traigo esto a colación?
Porque la lectura de los Hechos de los Apóstoles que acabamos de escuchar dice algo que, a primera vista, resulta incomprensible.

Los discípulos están siendo perseguidos.
La gente huye, se dispersa, los cristianos son encarcelados, algunos asesinados…
Y la lectura termina diciendo: “Y la ciudad se llenó de alegría.”

¿Cómo así?
¿Una ciudad perseguida… y llena de alegría?

Sí.
Porque a veces lo que necesitamos es que la vida nos tumbe la casa, para poder ver lo que había escondido bajo el piso.
A veces, solo cuando se sacuden nuestras seguridades, descubrimos nuevas motivaciones.

Y por eso, queridos amigos, hay que aprender a leer la cruz en clave de Dios.
Cuando llega la prueba, tendemos a quejarnos, a pelear con el Señor, a preguntarle:
“¿Por qué a mí?”

Pero muchas veces Dios permite que la vida nos zarandee un poco, para que descubramos —allá, bien dentro— una alegría que no habíamos visto.

Piensen, por ejemplo, en lo que fue la pandemia.
La pandemia le tumbó la casa a mucha gente.
Les movió el piso. Los dejó contra la pared.
Pero también, ¿qué provocó?
Que saliera lo mejor de muchos.

Personas que nunca habían explorado sus talentos empezaron a descubrirlos.

La abuelita que no sabía bordar, empezó a bordar y a vender sus creaciones.

El que no sabía cocinar, se metió a YouTube, aprendió, y hoy tiene su propio emprendimiento.
La crisis sacó creatividad. La necesidad despertó capacidades dormidas.

Por eso les digo hoy, con todo mi corazón:
La prueba puede ser la pista que te da la vida para encontrar una gran alegría.
No dónde está esa alegría, pero está.
Escondida.
Esperando a ser descubierta debajo del piso.

Los discípulos fueron perseguidos.
Fueron sacudidos.
Les hicieron perder la estabilidad, les causaron dolor.
Pero en medio de esa sacudida, la ciudad se llenó de alegría.
Porque el sufrimiento —cuando se vive con fe— no paraliza, sino que transforma.

Y muchas veces, lo que necesitamos es eso:
Que Dios nos mueva el piso para que aprendamos a construir desde abajo.
Porque cuando todo está cómodo, uno se adormece.
Y en el confort, dejamos de crecer.
Pero cuando algo se rompe, cuando algo se cae, es cuando uno vuelve a empezar con más fuerza.

Por eso esta lectura es tan poderosa.
Los están persiguiendo… y la ciudad se llena de alegría.
A veces hay que ver feo para poder ver bonito.
A veces, el desorden es necesario para encontrar lo que de verdad importa.
A veces, el desacomodo es la única forma de volver a poner la vida en orden.

Pidámosle al Señor, en este tiempo de Pascua, la gracia de una fe madura.
Escuchen bien:
Madurez espiritual.

Porque quien no tiene madurez espiritual, termina peleando con Dios.
Y muchos de los que yo acompaño me dicen:
Padre, yo me peleé con Él.”

¿Pero qué culpa tiene el Señor?

El problema no es de Él.

Es que nos falta madurez espiritual y coraje para entender que muchas veces la prueba es la mejor estrategia del cielo para sacar de nosotros la mejor versión.

La ciudad perseguida se llenó de alegría.
Cuando sientas que la vida te duele, que todo se te cae, que te están haciendo la vida difícil…

Piensa:
Quizás Dios me está triturando un poquito para sacar de el mejor vino.

Amén.