Las Gafas de mi Mamá.
Desde niño, solía burlarme de las personas que usaban gafas. Les decíamos "cuatro ojos", "cegatones", y otras cosas que hoy me avergüenzan.
Curiosamente, siempre sentí respeto por ellas… tal vez porque, en mi mente de niño, llevar gafas era sinónimo de inteligencia.
Pero hubo algo que nunca comprendí… hasta el día en que vi, por primera vez, unas gafas en el rostro de mi madre.
—Mamá, ¿por qué usas gafas? —le pregunté.
Ella no respondió. Solo me regaló una sonrisa suave, silenciosa, llena de misterio.
—Mamá, ¿por qué necesitas eso para mirar?
Entonces me dijo:
—Hijo mío, desde que eras pequeño, me he esforzado por cuidarte con esmero. Nunca he dejado de mirarte con amor. Siempre he procurado no perderte de vista. Tú has sido lo más importante de mi vida.
Le di un beso, la abracé y me fui a descansar un rato. Fue entonces, en medio del silencio y la calma, que comprendí por fin por qué las mamás usan gafas.
Las madres van desgastando su cuerpo por nosotros.
Poco a poco sus pies se cansan, sus manos tiemblan, su espalda se curva…
Pero, sobre todo, se van desgastando sus ojos.
No conozco a una madre que pueda ver a un hijo sufrir y pasar de largo.
No conozco a una madre que, al ver a su hijo con dolor, no haga hasta lo imposible por aliviarlo.
No conozco a una madre que vea a su hijo con hambre y no se quite el pan de la boca para dárselo.
No conozco a una madre que vea a su hijo con carencias y no aumente las suyas para suplirlas.
Así son las mamás: silenciosas, firmes, presentes.
Y con el paso de los años, su mirada se va apagando, pero nunca deja de brillar para sus hijos.
Ellas lo ven todo.
Siempre atentas, siempre alertas.
Y ahora lo entiendo, y quiero que todos los hijos del mundo también lo comprendan:
las madres se van muriendo por los ojos.
Se les cansa la mirada, se les apagan los párpados, pierden el brillo…
Pero nunca pierden las ganas de seguir luchando.
Siguen adelante, incluso a tientas, con tal de consumirse poco a poco por unos hijos que, muchas veces, ni siquiera perciben cuánto amor cabe en el corazón de una madre.
Esa mirada ha estado ahí desde el principio.
Mira la madre cuando le ponen al hijo en brazos por primera vez y, con una sola mirada, acaricia su vida.
Mira cuando el niño corre, juega, se cae, va a la escuela…
Mira cuando el hijo crece y se aleja… cuando se vuelve adolescente, rebelde, confundido.
Mira el reloj que no se detiene mientras espera en vela.
Mira las botellas vacías que anuncian un naufragio.
Mira los errores, los fracasos, las traiciones…
Y todo lo sufre porque todo lo ve.
Y todo lo ve porque todo lo ama.
Por eso, si un día notas que los ojos de tu madre tienen un brillo diferente, un matiz de tristeza, o una nostalgia escondida, no la ignores.
Acércate. Abrázala. Dale tu amor.
Tu madre está cansada… y en gran parte, ese cansancio lleva tu nombre.
Tu madre ha empezado a morirse por los ojos.
Se ha ido apagando para iluminar tu camino.
Gracias, mamás, por esa mirada que nunca dejó de cuidarnos.
Por esos ojos que supieron reír, llorar, reclamar, corregir y comprender.
Por esas pupilas que aprendieron a leer nuestros silencios y nuestras emociones.
Gracias por las lágrimas que nos interpelaron sin palabras.
Gracias por esas miradas de ternura que nos envolvieron como un abrazo.
Gracias, mamás, por tener siempre los ojos puestos en nosotros, aun cuando ya no los podíamos ver.
Y cuando vayas por la calle y veas a una mujer con gafas, piensa:
"Sí… quizá es una cuatro ojos."
Pero no bastan cuatro.
Se necesitan muchos ojos, toda una mirada de madre, para cuidar a sus hijos.
Piensa también:
"Sí… quizá es una cegatona."
Pero ha perdido sus ojos por mirar con amor.
Piensa que es inteligente, porque ha sabido permanecer fiel al lado de quienes la han dejado sola más de una vez.
Y, sobre todo, piensa que es una mujer valiente, que dejó de mirarse a sí misma para entregarse a los demás.
Y eso… eso es lo mejor de ella.
En el cielo, tendrán su recompensa.
Dios las mirará a los ojos y, con un abrazo, les premiará por haber entendido que la mirada de una madre es la mirada de Dios.
Cuando llegues a casa y te tropieces con ella, abrázala fuerte, bésala con ternura…
Eso sí: ten cuidado de no romperle las gafas.
Mamás, nunca lo olviden: las queremos con toda el alma.
¡Felicitaciones!