Oración para Empezar de Nuevo

 Oración para Empezar de Nuevo.


Y queremos gozarnos de la dulce compañía de Jesús, aun cuando las amarguras nos visitan. Cantamos que es tan dulce su amistad, tan reconfortante su presencia, mientras tantos llevan vidas amargas.

Por eso, queridos amigos, la vida nos propone algo extraordinario: acercarnos a aquel que tiene el poder de transformar nuestros momentos más oscuros en algo distinto. Aquel que le da sentido a lo que para nosotros ya no lo tiene.

Nos acercamos a Jesús, no solo por lo que hemos oído de Él, sino porque hay algo en su figura que nos atrae, que nos inquieta, que nos despierta. Sabemos que en Él hay algo más. Por eso venimos a este lugar: porque sentimos lo que Él comunica, sentimos su gracia, su paz.

Y esa es la razón por la cual tantos de nosotros, yo mismo, hemos llegado aquí con lágrimas y nos hemos ido con una sonrisa. Hemos venido con el corazón roto, y salimos con el anhelo de sanarlo. Hemos llegado cargando decisiones difíciles, y aquí Dios nos ha regalado claridad.

¿Cómo no hacernos amigos de esa compañía dulce? ¿Cómo no confiar en esa presencia que consuela?

Por eso, nadie —nadie— debería permitir que le roben ese gran amor de Dios. Ese amor que hace a los hombres grandes.

A veces pienso con tristeza —pero también con realismo— que el mundo solo valorará al Papa Francisco el día en que ya no esté. Entonces todos dirán lo que callaron en vida. Y es que esa grandeza en él nace de una vida vivida en intimidad con Dios.

Un hombre en quien el amor se le salía por los poros porque sabía saborear la compañía de Jesús. Y si quieres ser grande, no te sueltes de Dios.
Si quieres ser grande, no te apartes del Señor.
Si quieres ser grande, déjate inquietar por Jesús.

Por eso, no negocies nunca su amistad. Nunca.

Puedes disgustarte con quien quieras, puedes alejarte de quien decidas, pero no te alejes jamás de Dios. Que yo nunca me suelte de tu mano, Señor.

Vamos a renovar nuestra amistad con el Señor. Vamos a decirlo con el alma, con la vida, con el corazón. Vamos a cantar que esa dulce compañía de Jesús nos ha hecho bien, que su presencia ha transformado nuestra manera de mirar la vida.

Hay personas que me han dicho: “Padre, estaba muy lejos de Dios, pero aprendí a saborear a Jesús. Aprendí a comprender su Palabra”.

Y eso, amigos, es regalarse una nueva oportunidad con Dios. Es apostarle a su amistad.

Esa comparación me parece tan bella... Porque toca dos extremos de la vida.
Por un lado, los momentos áridos, sofocantes, en los que no hay fuerzas ni ganas de nada.
Y por otro lado, esos inviernos interminables, de tristeza y desesperanza.
Y aún ahí, el Señor promete primavera.
Aún en medio del calor, envía lluvia.

Dios es fiel. Él hace llover sobre justos e injustos, sobre los buenos días y los días tristes.
¡Bendito, alabado y adorado sea Jesús en el Santísimo Sacramento del altar!
Sea por siempre bendito y alabado.

Mi Jesús Sacramentado, mi dulce amor y mi consuelo.

Hace poco celebramos la Semana Santa. Y en el Sábado Santo, la mirada estuvo sobre María: una mujer que permaneció siempre de pie. Siempre.

Y eso nos enseña algo: que ante el Señor, uno no se puede dejar derrumbar. Hay que estar firmes, de pie.

¿Para qué, Padre?

Para que cuando llegue la adversidad, no te encuentre caído.
De pie ante el Señor, de pie sin lástimas, de pie con dignidad. Como María.
De pie, aunque solo se permita recostarse en la cruz.

Hablemos un momento con Jesús. Hable con el Señor ahí donde está. Muchos han venido hoy a esta Hora Santa con una intención, con una carga, con una situación difícil. Entréguela aquí. Presente a sus enfermos.

La mamá de un amigo estaba muy grave en el hospital. Su hijo me llamó y me preguntó: “¿Qué hago, padre? ¿La desconecto o me aferro a ese 1% de esperanza que el médico me dio?”

Yo le dije: “Aférrate a ese 1%. Dale a Dios margen de actuar”.
La señora despertó. Fue extubada. Está consciente.
No es lo que decidimos nosotros. Es lo que le permitimos a Dios hacer.

Cuántas decisiones apresuradas han cambiado el rumbo que Dios tenía para nosotros. Por eso, dile ahora al Señor:

Necesito tu luz.
Necesito discernimiento.
Muéstrame el camino.
Fortaléceme en la prueba.
mi bastón, mi apoyo, porque no quiero caer.
Quiero mantenerme de pie junto a la cruz.

¿Cuál es la cruz que te duele hoy?

Esa cruz que a veces quisieras entregarle a cualquiera, pero sabes que solo uno puede cargarla contigo: Jesús.
Y cuando le entregas tu cruz a Él, ocurre el milagro más hermoso: ya no es tu cruz, es una cruz compartida.

¿Qué tienes para poner hoy a los pies del Señor?
¿Un proyecto?
¿Una decisión difícil?
¿Una tristeza?
¿Una enfermedad?


Ponla ahí, pero no te tumbes. No te derrumbes.
Mantente de pie junto al Señor, como María.
Y entiende algo muy bello:

Aunque te hayas equivocado, aunque sientas vergüenza de volver, recuerda que a Él le duele más que te hayas alejado, que lo que hiciste.

Así que búscalo, incluso con tu pecado.
Búscalo, incluso con tu error.
Porque solo en Dios se encuentra la fuerza para comenzar de nuevo.

El mundo te cancela.
El mundo te señala.
El mundo te dice: “Ya fue suficiente”.
Pero Dios, que venció al mundo, te dice: Conmigo tienes todas las oportunidades del mundo”.

Por eso estás aquí. Porque si hubieras escuchado al mundo, estarías lejos. Pero le estás haciendo caso a Dios, que te dice que cada día contigo cuenta.
Que el mundo te juzgue, que te critique, que te cuestione...
Pero el dueño del mundo, simplemente, te recibe.

Si tus errores te han costado lágrimas, si te han cerrado puertas, si te han dicho que ya no puedes levantarte…
Entonces, ¡encuéntrate con Aquel que te da una nueva oportunidad!
Te invito a buscar ese amor bueno, limpio y verdadero.

El amor de Dios.
Un amor que te comprende de verdad.

Vamos a NO apartar nuestra mirada del Señor.
Y digámosle, aunque nos duela la vida, aunque tengamos el alma herida, aunque nos hayamos equivocado una y mil veces:
¡Aquí estoy, Señor!